jueves, 10 de noviembre de 2011

¿El León que es de la tribu de Judá?

¿El León que es de la tribu de Judá?Lion Of Judah
Una violenta muchedumbre sale en busca de Jesús. Los hombres van armados con espadas y con palos, y los acompaña una tropa de soldados. Alentados por un mismo propósito malvado, cruzan las oscuras calles de Jerusalén y se encaminan hacia el monte de los Olivos, en el valle de Cedrón. Aunque es noche de luna llena, portan lámparas y antorchas. ¿Para qué? ¿Para alumbrar el camino porque las nubes ocultan la luz de la luna? ¿O será que piensan que su presa está escondida entre las sombras? Una cosa es cierta: quien crea que Jesús se va a asustar no lo conoce.


Aunque conoce el peligro que se avecina, Jesús no se mueve de donde está. La muchedumbre se acerca, con Judas a la cabeza. Este, que había sido uno de los amigos de confianza del Maestro, lo traiciona descaradamente identificándolo con un saludo hipócrita y un beso. Jesús permanece tranquilo. Dando un paso al frente, pregunta: “¿A quién buscan?”. “A Jesús el Nazareno”, responden ellos.
Cualquiera retrocedería aterrorizado ante semejante multitud armada. Quizás eso es lo que ellos esperan que haga el hombre que tienen delante. Pero Jesús no se acobarda, no huye, no se escuda en una mentira. Simplemente dice: “Soy yo”. Su porte revela tanta serenidad y valentía que los hombres retroceden asombrados y caen al suelo (Juan 18:1-6; Mateo 26:45-50; Marcos 14:41-46).

¿Cómo podía Jesús enfrentarse a una situación tan peligrosa sin perder ni un solo momento la compostura ni el dominio de sí mismo? La respuesta se resume en una sola palabra: valor. Pocas virtudes son tan admiradas o tan esenciales en un líder, y en esto ningún hombre jamás ha igualado —y mucho menos sobrepasado— a Jesús. En el capítulo anterior aprendimos sobre su humildad y mansedumbre, cualidades por las que se le llamó apropiadamente “el Cordero” (Juan 1:29). Sin embargo, su valor lo hace merecedor de una designación muy distinta. La Biblia dice del Hijo de Dios: “¡Mira! El León que es de la tribu de Judá” (Revelación 5:5).

Se suele asociar al león con la valentía. ¿Se ha encontrado usted cara a cara con un león adulto alguna vez? En tal caso, lo más probable es que haya estado separado de él por una valla protectora en el zoológico. Con todo, la experiencia puede ser sobrecogedora. Al mirar a la cara a este corpulento y fiero animal, mientras él nos clava los ojos, difícilmente nos lo imaginemos huyendo despavorido de algo. La Biblia dice que el león “es el más poderoso entre las bestias, y que no se vuelve atrás de delante de nadie” (Proverbios 30:30). Así de valeroso es Cristo.

Examinemos tres aspectos en los que Jesús ha demostrado un valor como el del león: al defender la verdad, al promover la justicia y al afrontar oposición. Veremos también que todos —seamos valientes por naturaleza o no— podemos imitarlo y manifestar esa cualidad.

En este mundo dominado por Satanás, “el padre de la mentira”, hace falta valor para defender la verdad (Juan 8:44; 14:30). Jesús no esperó a ser adulto para hacerlo, como lo revela cierto episodio de su vida. A los 12 años estuvo separado de sus padres después de celebrar la fiesta de la Pascua en Jerusalén. Tras buscarlo desesperadamente por tres días, María y José al fin lo hallaron en el templo. ¿Qué estaba haciendo? Estaba “sentado en medio de los maestros, [...] escuchándoles e interrogándolos” (Lucas 2:41-50). Piense en el ambiente en que se desarrolló aquella conversación.

Según los historiadores, algunos de los guías religiosos más ilustres se quedaban en el templo después de las fiestas para enseñar a la gente en alguno de sus amplios atrios. Las personas se sentaban a sus pies, escuchando y haciendo preguntas. Estos maestros eran hombres muy instruidos. Tenían profundos conocimientos de la Ley mosaica, así como del sinfín de complejas leyes y tradiciones humanas que se habían multiplicado con los años. ¿Cómo se hubiera sentido usted allí en medio de ellos? ¿Intimidado? No es para menos. ¿Y si tuviera apenas 12 años? Muchos niños son tímidos (Jeremías 1:6). Algunos tratan por todos los medios de pasar inadvertidos en la escuela, pues tienen miedo de que sus maestros les hagan una pregunta o que los elijan para hacer algo, miedo de pasar vergüenza o de hacer el ridículo.
Sin embargo, ahí estaba Jesús, sentado en medio de aquellos expertos, interrogándolos valerosamente sobre cuestiones profundas. Y no solo eso, pues el relato añade: “Todos los que le escuchaban quedaban asombrados de su entendimiento y de sus respuestas” (Lucas 2:47). Aunque la Biblia no especifica de qué habló en esa ocasión, es seguro que no repitió las falsedades que eran tan populares entre aquellos maestros religiosos (1 Pedro 2:22). Por el contrario, Jesús defendió la verdad de la Palabra de Dios, y todos los que lo oyeron sin duda se maravillaron de ver a un niño de 12 años expresarse con tanta inteligencia y valor.

En la actualidad, una cantidad innumerable de jóvenes cristianos sigue las pisadas del Maestro. Es verdad que no son perfectos, como lo fue Jesús, pero sí copian su ejemplo porque no esperan a ser adultos para defender la verdad. Ya sea en la escuela o en su comunidad, enseñan con respeto la verdad a los demás, haciéndoles preguntas con tacto y escuchando su respuesta (1 Pedro 3:15). Como grupo, han ayudado a compañeros de clase, maestros y vecinos a hacerse seguidores de Cristo. ¡Cuánto debe complacerle a Jehová el valor de estos jóvenes! Su Palabra los asemeja a gotas de rocío: refrescantes, agradables y numerosos (Salmo 110:3).

En su vida adulta, Jesús siguió defendiendo la verdad con valor. De hecho, su ministerio empezó con una confrontación que muchos calificarían de aterradora. Tuvo que enfrentarse a Satanás —el más fuerte y peligroso de todos los enemigos de Jehová—, pero no en calidad de poderoso arcángel, sino como un simple hombre de carne y hueso. Jesús rechazó al Diablo y refutó su aplicación tergiversada de unas palabras inspiradas por Dios. El encuentro terminó con la enérgica orden de Jesús: “¡Vete, Satanás!” (Mateo 4:2-11).

Así, Jesús marcó el objetivo que seguiría su ministerio, a saber, defender con valentía la Palabra de su Padre contra los intentos de torcerla o manipularla. En ese entonces —al igual que ahora— reinaba la deshonestidad religiosa, como se hace evidente por lo que Jesucristo les dijo a los líderes espirituales de su día: “Invalidan la palabra de Dios por la tradición suya que ustedes transmitieron” (Marcos 7:13). Aunque el pueblo reverenciaba a aquellos hombres, Jesús no tuvo reparos en denunciarlos como guías ciegos e hipócritas (Mateo 23:13, 16). ¿Cómo podemos copiar su valeroso ejemplo?
Desde luego, debemos recordar que, a diferencia de Jesús, nosotros no podemos leer los corazones ni tenemos autoridad para juzgar; pero sí podemos defender la verdad con el mismo valor que él. Por ejemplo, cuando ponemos al descubierto las falsedades religiosas —las mentiras que con tanta frecuencia se han enseñado acerca de Dios, sus propósitos y su Palabra—, iluminamos a un mundo sumido en las tinieblas por la propaganda de Satanás (Mateo 5:14; Revelación 12:9, 10). Ayudamos a la gente a librarse de la esclavitud a las doctrinas falsas que le llenan el corazón de un temor enfermizo y envenenan su relación con Dios. ¡Qué privilegiados somos al observar el cumplimiento de la promesa de Jesús: “Conocerán la verdad, y la verdad los libertará”! (Juan 8:32.)
La Biblia predijo que el Mesías aclararía a las naciones “lo que es la justicia” (Mateo 12:18; Isaías 42:1). No cabe duda de que Jesús comenzó esa labor cuando estuvo en la Tierra. Siempre trató a los demás de manera justa y equitativa, lo que exigió gran valor de su parte. Por ejemplo, se negó a adoptar actitudes contrarias a las Escrituras, como los prejuicios y el fanatismo que predominaban a su alrededor.

Cuando los discípulos lo encontraron hablando con una mujer de Samaria en el pozo de Sicar, se asombraron. ¿Por qué? Porque en aquel entonces los judíos en general detestaban a los samaritanos, un sentimiento que venía de muchos años atrás (Esdras 4:4). Y a eso se sumaba el desprecio que los rabinos sentían hacia las mujeres. Sus leyes, puestas por escrito tiempo después, disuadían a los hombres de hablar con ellas y hasta insinuaban que las mujeres no merecían que se les enseñara la Ley de Dios. Las samaritanas en particular eran consideradas inmundas. Pasando por alto tales prejuicios, Jesús le enseñó abiertamente a esta mujer —que llevaba una vida inmoral—, e incluso le reveló que era el Mesías (Juan 4:5-27).
¿Ha estado usted alguna vez en compañía de gente cargada de prejuicios? Es muy probable que hagan bromas despectivas sobre personas de otra raza o nación, o que hablen con desdén de los miembros del sexo opuesto, o que menosprecien a los que tienen una posición social o económica inferior. Quienes somos seguidores de Cristo, por nuestra parte, evitamos esas detestables actitudes y nos esforzamos por erradicar del corazón todo rastro de prejuicio (Hechos 10:34). Así que todos nosotros debemos cultivar el valor necesario para obrar con justicia a este respecto.

El valor también llevó a Jesús a luchar por la pureza del pueblo de Dios y por todo lo relacionado con la adoración pura. En los comienzos de su ministerio entró en el templo de Jerusalén y se horrorizó al ver a los mercaderes y cambistas comerciando allí. Lleno de justa indignación, echó fuera a estos hombres codiciosos junto con sus mercancías (Juan 2:13-17). Un episodio similar se produjo al final de su ministerio (Marcos 11:15-18). Aunque con estas acciones Jesús debió de ganarse la enemistad de hombres poderosos, no por ello vaciló. ¿Por qué? Porque desde niño llamaba al templo la casa de su Padre, y lo hacía de todo corazón (Lucas 2:49). Que se profanara el lugar donde se adoraba a Jehová era una injusticia que no podía tolerar. El celo por la adoración verdadera le dio el valor necesario para hacer lo que debía.

A los cristianos también nos interesa mucho la pureza del pueblo de Dios y todo lo que tiene que ver con la adoración pura. Por eso, si vemos que un hermano en la fe comete un pecado grave, no hacemos la vista gorda, sino que le hablamos con valor o nos aseguramos de que los ancianos de la congregación lo sepan (1 Corintios 1:11). Los ancianos pueden ayudar a quienes están enfermos espiritualmente y tomar medidas para preservar la pureza de las ovejas de Jehová (Santiago 5:14, 15).

Ahora bien, ¿debemos llegar a la conclusión de que Jesús combatió la injusticia social del mundo en general? Es verdad que vivió rodeado de injusticias. Su país se hallaba ocupado por una potencia extranjera, Roma, la cual oprimía a los judíos con una fuerte presencia militar, les imponía altos impuestos e interfería en la religión. No es de extrañar, por lo tanto, que muchos hayan querido que Jesús interviniera en la política (Juan 6:14, 15). Una vez más, su valor entró en acción.

Jesús explicó que su Reino no era parte del mundo. Con su ejemplo, instruyó a los discípulos para que se mantuvieran al margen de los conflictos políticos de su día y se dedicaran, más bien, a predicar las buenas nuevas del Reino de Dios (Juan 17:16; 18:36). Cuando una muchedumbre fue a arrestarlo, enseñó una impactante lección de neutralidad. Sucedió que, impulsivamente, el apóstol Pedro sacó la espada e hirió a un hombre. Su reacción es muy comprensible, pues si acaso alguna vez pareció justificada la violencia, fue aquella noche, cuando se atacó al inocente Hijo de Dios. No obstante, Jesús fijó la pauta que sus discípulos habrían de seguir hasta el día de hoy, diciendo: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada” (Mateo 26:51-54). Los seguidores de Cristo necesitaron valor para mantener una actitud pacífica, y lo mismo necesitamos hoy. Gracias a su neutralidad cristiana, el pueblo de Dios tiene un historial intachable en lo referente a las guerras, matanzas, revueltas y otros incontables actos violentos que se han producido en nuestra época. Tal testimonio histórico constituye un verdadero homenaje a su valor.
El Hijo de Jehová sabía de antemano que enfrentaría fuerte oposición en la Tierra (Isaías 50:4-7). Las repetidas amenazas de muerte de que fue objeto culminaron en el episodio relatado al principio de este capítulo. ¿Cómo pudo mostrarse tan valeroso ante semejantes peligros? Pues bien, ¿qué estaba haciendo poco antes de que la muchedumbre lo apresara? Estaba orando con fervor a Jehová. ¿Y qué hizo Jehová? La Biblia dice que Jesús “fue oído favorablemente” (Hebreos 5:7). De hecho, Jehová envió a un ángel del cielo para confortar a su valeroso Hijo (Lucas 22:42, 43).

Poco después de haber sido fortalecido, Jesús les dijo a los apóstoles: “Levántense, vámonos” (Mateo 26:46). Deténgase a pensar por un instante en el valor encerrado en esas palabras. “Vámonos”, dijo, sabiendo que le pediría a la multitud que dejara ir a sus amigos, sabiendo que ellos lo abandonarían y huirían, sabiendo que se encararía solo a la mayor prueba de su vida. Nadie estuvo con él cuando se enfrentó a un juicio ilegal e injusto, a las burlas, a la tortura y a una muerte atroz. Sin embargo, no perdió el valor ni por un momento durante esta terrible experiencia.

¿Actuó Jesús de forma temeraria e imprudente? De ningún modo, pues la temeridad y la imprudencia poco tienen que ver con el auténtico valor. Es más, él enseñó a sus seguidores a ser cautelosos y evitar con prudencia el peligro para seguir haciendo la voluntad de Dios (Mateo 4:12; 10:16). Sin embargo, en esta ocasión Jesús entendía que no había manera de retroceder. Sabía cuál era la voluntad de su Padre y estaba resuelto a serle fiel. El único camino era seguir adelante y afrontar las pruebas que vinieran.

¡Cuántas veces los cristianos han seguido valientemente los pasos de su Maestro! Muchos se han mantenido firmes pese a las burlas, la persecución, los arrestos, los encarcelamientos, la tortura y hasta la muerte. ¿De dónde obtienen el valor estos seres humanos imperfectos? No proviene de ellos. Tal como Jesús recibió ayuda del cielo, así también la reciben sus seguidores (Filipenses 4:13). Por eso, nunca tema lo que el futuro pueda depararle. Resuélvase a ser fiel a Jehová, y él le dará el valor que necesita. Siga sacando fuerzas del ejemplo que nos puso nuestro Caudillo, Jesús, quien dijo: “¡Cobren ánimo!, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

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